miércoles, 3 de agosto de 2011

Asustado

Rafael le disparó en medio de un inusitado debate que ninguno de los dos había querido. Era bien claro que la razón de su rabia era saberse menos observado, menos espiado, pues la gran atención que recibía le hacía sentirse el ombligo del mundo.

Constantemente revisaba su celular en busca de notificaciones que le hiciesen sentir solicitado, y buscaba siempre novedades para parecer más interesante, o menos aburrido. Su silencio ante la gente no era más que aquel deseo reprimido de causar sensación a través del supuesto misterio que le encubría; en realidad era nada interesante cualquier tema de conversación que pudiera establecer, incluso con su familia, pero el mantener tan aprobado estatus de hombre de mundo era su misión en la vida, pues carecía de una mejor.

Alejandro contrajo el cuerpo entero al recibir la bala e instintivamente se llevó la mano al pecho, había atravesado el corazón. Rafael quedo tan terriblemente perplejo ante su acto que salió corriendo intentando huir del hecho que nadie más que ellos dos podrían saber en el momento. Él en realidad nunca hubiese querido matarlo, pero víctima de sí mismo fue llevado a un estado en el que la conciencia no tenia ni voz ni voto y los segundos se esforzaban por retrasar la furia que venía desbocada y decidida a destruir lo que fuera necesario para proteger al ego.

En su camino hacia la puerta tropezó varias veces y en cada caída pensaba en la terrible decisión que había tomado, se daba cuenta apenas que las palabras de Alejandro no habían sido merecedoras de tan cruel pago. Al salir a la calle se encontró con algunas estrellas, ignorantes de su crimen, que le miraban inquietas ante tan medroso talante. Rafael supo entonces la estupidez que le había guiado todo ese tiempo, se dio cuenta que la atracción de los demás hacia él era una farsa, una que él mismo había construido de la mentira, de no reconocerse como era, de no aceptar quien era.

Al no encontrar escapatoria a sus pensamientos, que disipaban la niebla de su ignorancia, tomó la única opción que le permitía evitar dar explicaciones. Parado en la puerta, con lagrimas abundantes y ante aquellos testigos celestes, dirigió el cañón de la pistola hacia su sien, seguro que nunca conocería el perdón, la presionó asegurándose que no fallaría, recordando por última vez aquella sonrisa luminosa, y tiró del gatillo.