martes, 27 de marzo de 2012

Vapóreo




Soñé que deseabas verme, que me llamabas de alguna manera y pude oír tu voz a través del aire que se llenaba de vapores violáceos en una nueva mañana. Estaba fresco pero no podía yo disfrutar del todo ese regocijo, estaba encerrado entre las paredes blancas que no me dejaban ver más que por la ventana, horizontalmente amplia pero de apenas unos 40 centímetros de alto; era tener que observar la felicidad fuera de ella. Imaginaba que estabas al lado mío, que buscabas mis manos en pensamientos, y que te detenías por el puro respeto a las apariencias, apariencia inútiles de las cosas porque muestran lo que el mundo quiere ver, no lo que es.


Y es que ¿de qué estamos hechos? ¿somos lo que hacemos? lo que pensamos, lo que sentimos ¿somos lo que decimos? ¿en dónde está o qué es lo que realmente somos? La incongruencia y, lo que es aún peor, la contradicción nos persiguen: decimos lo que no hacemos y mostramos lo que no sentimos. Callo lo que no resuelvo y lo más que puedo hacer, o me permito, es aparecerme indiferente.

Tú callas también...



... callas y reacciono con un muro altísimo alrededor de lo mejor de mi persona, los puentes se rompen y el ruido evita que escuches hasta mis más breves opiniones; me cierro ante el desinterés, atrapo el dolor y lo voy digiriendo hasta que se me escapa, dejo que se me vayan las ganas y se diluyan los oscuros pensamientos; me encierro y, presa de mí, juzgo lo que siento para resolverlo. En ocasiones soy capaz de estar encima o fuera de mí mismo, de apreciar objetivamente y dictar las mejores sentencias, lo malo es que eso ocurre pocas veces.

Lo único que alivia el extrañarte es la música suave, y me consuela imaginarme infantil y libre (de pasiones, sobre todo). Me conforta la distracción de los sentidos. Amo que los sentidos nublen los pensamientos.

Amo que cada nota, cada sabor, invada mi tiempo.


Amo que te vayas desvaneciendo.