martes, 19 de junio de 2012

Día 4





Ya no pude dormir más. Eran apenas las 6 am pero mis ojos se negaban a cerrarse aún con la desvelada que me cargaba ya de días.

Me desperté transparente, con la mente relajada y la visión brillante, y lo único que me pesaba era el cuerpo como si una de mis tres entidades no fuera capaz de seguir el ritmo de tanta intensidad aparente. A mi alma no le costaba trabajo ir y venir a través de las emociones, estaba más que preparada para ello debido (quiero pensar) a su antiguedad, porque no sé si te conte... mmm... mi alma es vieja, me lo dijo una amiga que practicaba quiromancia y, aunque yo nunca he creído en esas cosas, pareciera que el destino atrapado en mis palmas se iba cumpliendo pie juntillas.

Si alguna vez te dije que mi más grande deseo era tener una familia, estar casado, viviendo en una casa de 2 pisos y con jardín, con un labrador de pelaje miel, y 2 niños, esa idea ha quedado atrás. La realidad se ha hecho cada vez más agobiante, a lo más que puedo aspirar es a un apartamento de 2 habitaciones, un baño pequeñísimo, con una cocineta insultante y una sala-comedor en la que ya no sabes si poner los sillones o la mesa, y de hijos ni hablar porque ¿de dónde sacaría el tiempo para educarlos, de dónde el dinero para alimentarlos, de dónde la calma para amarlos? (!) Me turba de solo pensarlo. Y lo único que sigue en pie es el deseo de ser feliz: tener una carrera brillante, vivir con poco y saber mucho, conocer el mundo, conocer a
las personas.

No me puedo quejar (ni querría) de mi situación actual, si soy honesto tengo todo lo que necesito e incluso lo que quiero y uso mi tiempo a voluntad.

Pensaba yo que volar era la experiencia que mejor describía el ser feliz, pero viéndolo ahora con detenimiento es más bien como patinar sobre hielo: sintiendo la solidez del suelo y la firmeza de los músculos, y te vas deslizando, vas sintiéndote fluir y solo en algunas ocasiones encuentras partes ríspidas pero que nunca te detienen, y cuando tomas velocidad te habitan tanto el furor como el miedo. Eso es ser feliz.

Y si a todo ésto aúno la presencia de tus ojos, la ausencia de tus labios, y la persistencia de tu recuerdo, mi corazón se agita y un látigo de alegría me recorre, e involuntaria sale mi sonrisa a pasearse entre los corredores. Es entonces que se limpia mi ser entero, es cuando alcanzo la pureza.





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