lunes, 20 de febrero de 2012

Sin _______ no hay paraíso (ii)



- ¿Que en dónde estamos? Dónde más preciosa, en la Sala de Decisiones, siéntate - a lo que obedeció - Mira, lo único que debes hacer es esperar a que te llamen, mientras tanto ve pensando cómo quieres que sea tu paraíso...
- ¡Cómo que "mi" paraíso! - la interrumpió
- Sí querida, qué cosas quieres que haya, de qué color, el clima, en fin, lo que se te ocurra.
- Pero - con expresión asqueada y dubitativa  - ¿que no es el mismo para todos?
- No, para nada, cuando llegué yo pensaba lo mismo, hasta que me llamaron, la ventanilla 7, sí, allí me dijo una señorita, creo tan joven como tú, que cómo deseaba mi estancia; yo ni siquiera sabía a ciencia cierta que estaba muerta, me lo tuvo que explicar, y también que el lugar donde estaba era para darme tiempo, que para el estado en el que estamos tanto da, para pensar muy bien cómo... existiríamos, sí, el resto de nuestras... - y torció la boca buscando la palabra exacta - bueno, el resto. Ay niña, si yo te contara, llevo aquí quién sabe cuanto, es que me enteré, la cuarta vez que me llamaron, - y suelta una risilla - que podía pedir el paraíso con mi marido pero debía esperarlo, y como no hay calendarios ni relojes ya ni sé cuánto tiempo va que...
- O sea que estamos en el limbo - tuvo que interrumpirla porque la señora, a pesar de su amabilidad, no callaba ni un segundo, mejor dicho, ni un instante, recordemos que el tiempo ya no se mide.
- No precisamente, si todos fuéramos cristianos seguro que sí, pero por ejemplo, el señor de allá - y señala a dos hombres junto a una columna - el moreno, pues él, así como lo ves - y susurra - es ateo - como si fuera algo vergonzoso - por eso te digo que no es el limbo, solo esperamos, todos - y levanta un hombro y pone cara de resignación.

Ella se queda pensando un rato tratando de comprender.

Retoma la conversación - Entonces, el cielo ¿no existe?
- Si quieres sí, nada más dile a quien te atienda que eso quieres.
- No, pero, a lo que yo me refiero es - y se siente ligeramente frustrada - es que siempre creí que habría un cielo.
- Por eso preciosa, di que quieres el cielo y te lo darán - como hablándole a una dulce ingenua le sonríe.
- Pero - molesta y frustrada dice - es que ¡a mi me dijeron que iría al cielo!
- ¡Ah ya! - captando el punto al momento - no mi niña, la gente dice cosas, las religiones sobre todo, prometen, pero ellos que van a saber si jamás han estado muertos, y una termina entendiendo qué fácil era vivir, o debiera serlo, qué más da, ahora tengo todo el tiempo del mundo, bueno, dejémoslo en todo el tiempo.
- Quiere decir que...


¡ARMANCIA!. El grito se escucha en toda la sala.







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